martes, 4 de mayo de 2010

Abstracción

Si un día pudiera pegar un salto tan alto como para despegarme de mí mismo...

Por un segundo no pensar en nada. Cerrar los ojos. Taparse los oídos.

Mmm listo.

Ahora, de nuevo en la realidad.

No, mentira, un ratito más.

Pienso en Einstein cómo habrá puteado cuando vio la bomba atómica. Tanto tiempo, tanto trabajo, usado para exactamente lo contrario a sus ideales. Él, por decir un científico que conozcamos todos, pero hubo muchísima gente atrás de ése proyecto que seguramente se habrá arrancado los pelos con la mano al ver el horror. Por la otra parte no puedo ponerme en los zapatos de quiénes aprobaron y dieron la órden de hacer éso. Mucho menos de quienes contemplaron las muestras gratis del horror con fascinación. No puedo.

Sin embargo después la energía nuclear no resultó del todo mala. Algún que otro desastre por acá o por allá cada tanto, pero nada que no haya alterado demasiado el curso de la historia. Al fin y al cabo, acá estamos, varios años después mientras lo único que se hizo polvo fueron los huesos de los profetas del caos. Bueno, a decir verdad son un recurso renovable parece, cada tanto sale alguno a anunciar el fin del mundo. Afortunadamente, para los que los leemos con una mezcla de admiración y sorna (como yo), al menos esta vez tienen que aclarar qué mundo se va a acabar, se volvieron más ingeniosos y son más llevaderos de leer. En particular uno bastante reciente sacó uno donde anuncia que el universo mismo va a colapsar en poco tiempo, como si fuera posible volver lo que lleva millones de años al estado inicial sólo en pos de... ay no, no voy a adelantar el final. La lectura es un placer desde que los sumerios hacían marcas en tabletas de arcilla.

Lo que no es tan placentero es el "flash" (así dice el manual, quiero creer que por una cuestión marketinera y no por que no tenían un término mejor a mano) cuando éste aparato pasa la velocidad de la luz. Si otrora la gente se quejaba del "bang" supersónico, ésto es órdenes de magnitud peor en cuanto a incomodidad. Sin embargo, el éxito comercial de la pequeña pero pujante colonia humana en Marte hace que naves como ésta vuelen una o dos veces a la semana con dos o tres mil personas a bordo, de acuerdo a las oportunidades de lanzamiento en una u otra plataforma.

Para ser breve, apeguémonos a las leyes de la física clásica hasta hace una hora. El procedimiento es un tanto engorroso, pero hasta ahora más confiable que los "shuttle" así que confiamos en él. Subimos a una cápsula en posición horizontal, nos ajustamos en los asientos, es levantada por la punta como un trompo y colocada así en la punta del vector. El público todavía les dice "cohete" aunque sería tan anacrónico como llamar carruaje a un automóvil. No hay explosión, éstos funcionan proyectando iones o algo asi (no soy científico, excelente elección excepto para cuando tengo que lidiar con tecnicismos) con una suavidad sorprendente empujan el complejo hasta cierta altura. Lamentablemente no existen ventanas, calculo que ahí ya estaríamos en medio del espacio. Sin embargo, y volviendo al pequeño instructivo que nos ofrecen antes de subir, la cápsula gira sobre sí misma lo suficientemente rápido como para emular la misma gravedad que el la tierra, así que no hay nada flotando, y los chicos pueden vomitarte tranquilamente al lado que sólo te va a afectar su olor a podrido y su llanto.

Y acá sí, siguiendo estos gráficos, la cápsula sale del vector como si fuera la tapa de una botella, y viene otra cosa que como que la agarra (nótese que los dibujantes le pusieron onda para evitar que uno haga chistes fáciles, pero aún así es medio obvio), se introduce dentro de otra cosa y ahí es dónde viene el famoso flash. Al menos los asistentes tienen la sutileza de apagar la luz, y entonces uno puede pensar "mi viejo tenía razón, estudiando ésto iba a terminar viviendo en los caños". Pero el efecto dura poco. El manual éste advierte sobre "efectos extraños en sus sentidos", pero como todo eufemismo esconde cosas no tan plasmables en un librito con la tapa de una familia feliz y una suerte de bola con alas detrás. Pero yo por suerte debo ser uno de los pocos que no sienten nada, absolutamente nada.

Unos minutos después de apagarse las luces, se vuelven a prender y uno ya está dándole vueltas a la gran pelota roja. Otra vez, se siente el cambio al vector de aterrizaje, la gente vuelve a molestar preguntando cuánto falta, otros retoman su trabajo (aunque no hay conexión a casi nada acá, recordemos que aún entre los satélites y las repetidoras estacionarias el ancho de banda entre los dos planetas siempre fue un chiste de muy mal gusto) y otros simplemente tomamos nota de ésto. Bah, al menos yo lo estoy haciendo. Termino de consumir el librito de viaje, donde anuncia que otra vez nos ajustemos, pero esta vez la cosa baja en posición horizontal así que no hay necesidad de más flechitas en los dibujos. Hablando de consumir, es curioso como en semejante viaje no ofrecen nada ni remotamente parecido a comida. Bueno, después de todo son tres horas. Y no, antes que pregunten, no probé cómo son los baños todavía por suerte.

De ahí, nada de ciencia ficción: bajar, pasar por el escáner (para algunos un trauma, otros pasan saludando), ir a esperar las valijas y cada uno seguirá su camino. Sí, el aire acá es un poco raro de respirar, la temperatura varía mucho entre el día y la noche, el lugar donde me voy a quedar tampoco es la gran cosa y tengo mucho trabajo que hacer. De sólo pensarlo se me caen los párpados.

Mi mayor ambición ahora no es nada particular: una simple ducha caliente...

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